Al cuerpo lo que pida

Si en una entrevista de trabajo me preguntaran cuál sería mi debilidad, mi defecto o la parte más anómala de mi personalidad, con algo de pena y total honestidad respondería que es el acto de evacuar toxinas. No sé por qué cada vez que me dispongo a hacer el número dos me enfrento con mis peores demonios. Apenas siento el llamado de mis intestinos para abrir espacio a la hamburguesa digerida que me comí anteayer, porque soy de digestión lenta, mi mente empieza a ejecutar una serie de ejercicios de negociación entre el pudor, el tiempo, la disposición, la limpieza, el aseo, la concentración, la comodidad y otros aspectos que parecieran no guardar ninguna relación con el muy biológico y gratificante hecho de excretar. Cosa que se complica el triple si me encuentro fuera de casa.

Quizás por educación o por reflejo aprendido, mi cuerpo atiende al fustigante llamado que le prohibe sentarse en una poceta de algún lugar público, en un water colectivo, o en algún trono ajeno al reconocimiento de la periferia de mi cuerpo. Es por ello que este simple y cotidiano acto se convierte para mí en una pesadilla que puede generarme desórdenes estomacales, irritación de colon, exagerado estreñimiento y hasta fuertes dolores de cabeza.

Cuando era un prepúber ya el trauma me perseguía. Minutos antes de la hora en que pasaba por mí el autobús escolar, instantáneamente me comenzaban a dar ganas de ir al baño, y como nunca conocí la temperatura de las pocetas de mi colegio, y mi meta era nunca conocerla, apenas sentía el movimiento gástrico, me tomaba alguna cápsula (Estreptomagma) que censurara cualquier antojo de evacuar e impidiera cualquier defecación. Esto por supuesto trajo serias consecuencias digestivas que lograron que ya de grande, cuando me iba de viaje, pasara hasta nueve largos días sin sentarme en el excusado y sin dar a luz el principal componente de las muy antisépticas cañerías urbanas.

Presiento que esto se debe a una serie de prejuicios y malintencionadas ideas que han monopolizado la concepción que tengo de los baños públicos, baños impropios o sencillamente cualquier otro baño que no sea el que queda a pocos metros de mi cama. La vida me había hecho entender que todos los baños colectivos, esos que están emborrachados a olor de Lavansán, están llenos de bacterias, hongos y seres vivientes que me atacarían en cualquier momento. Que los pequeños charcos o lagunillas que se forman alrededor del inodoro contienen sustancias corrosivas que poco a poco consumirían las suelas de mis zapatos. Y que si me sentaba en cualquier poceta pública, un ataque de acné juvenil se instalaría en mi cara. Por eso cuando experimentaba las ganas fisiológicas y me encontraba fuera de mi casa, prefería aguantar hasta morir.

Ya de grande he entendido que no todo es así, y aunque sigo manteniendo rituales de diafanidad algo exagerados, como bajar la palanca del water con el pié, abrir y cerrar las puertas de los cubículos con las manos forrada de papel o impedir cualquier contacto sanitario-piel, trato de adaptarme a la cotidianidad y seguir los consejos del tropical dicho que reza: ¡Al cuerpo, lo que pida!

*Autorretrato. Baño del bar Betty Ford. Barcelona, España (Abril 2009)

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There are 8 comments for this article
  1. Gerardo at 6:55 pm

    Jajajajajaja genial, genial, genial… mejor descrito: IMPOSIBLE!

    Una segunda entrega sobre este tema, sería perfecta si hablaras de: los urinarios, vejigas vergonzosas y viejos espías que de reojo miran.

    Un abrazo!

    Jado!

  2. Fabiana Di Polo at 5:17 am

    jajajajaja, excelente! Si con algo me he sentido identificada es con esto, sobre todo cuando estaba en la universidad, lo cual me causó el tan mentado "síndrome de colon irritable". Por lo que he aprendido, tarde y a golpes, que a veces hay que "hacer de tripas corazón" y prepararse con imaginación!!

    Un besazo y sigue escribiendo para seguirme riendo un rato!

  3. Anonymous at 5:51 am

    Okey, estoy atónito, pensé que era la única persona en el universo que padecía exactamente del mismo pudor/vergüenza/paranoia de ir a un baño distinto al mío. Y sí, esos son los peores dolores de cabeza, son intensos como uno de migraña. lol.

  4. gonzalo at 6:56 pm

    yo también sufro de eso!!! pero no tanto de la deliberacion de toxinas!!! porq creo q ya adapte mi mente a permanecer cierto tiempo si visitar un WC!!!… la cosa es que hago pipi sentado! para MI es MUCHISIMO máááááááás comodo!! por eso cuando tengo outnites! prefriero NO tomar!!

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