Au revoir, María Luisa Poumaillou

Au revoir, María Luisa Poumaillou

La mañana del pasado 7 de abril, de este lado del Atlántico nos despertamos con un triste mensaje en el Instagram de Nicolas Ghesquiere. El Director creativo de Louis Vuitton anunciaba la muerte de María Luisa Poumaillou, expresándole plena gratitud tratando de zurcir, sin dedal, las roturas que su partida estaba dejando. Inmediatamente después fueron brotando mensajes parecidos. La venezolana nacionalizada francesa recibía homenajes de 140 caracteres de nombres tan de arriba como Jean Paul Gaultier, Lori Goldstein y Zac Posen, así como de las publicaciones de moda más reputadas del mundo. Dolidos, afligidos, abatidos, expresaban la pena por la muerte de María Luisa, así como se le conocía, todo un nombre-marquesina para los más entendidos de la industria de la moda, y una completa desconocida para las nuevas generaciones.

Nacida en la Caracas de los años 50’s, donde estuvo la primera tienda Christian Dior fuera de Francia, María Luisa vivió solo siete años en aquella quimera convertida en ciudad. Aterrizó en Francia donde de inmediato se reconoció como la más parisina de todas, aunque su enamoramiento con el mundo de la moda fue por flujo genético y no por determinismo geográfico. Su madre, quien ya casi roza el siglo de vida, se viste a diario de Balmain y tomaba el té con el mismísimo Balenciaga.

Ya adulta y casada, ya siendo un referente en las fiestas de rue de Rennes y el boulevard Saint Germain, robusta en tallas y de carácter latino, María Luisa decidió tomarse en serio su gusto por los tejidos, cortes, estampados, y encausar todos los vítores que recibía sobre las innovadoras combinaciones que en su vestuario hacía. Con la visión comercial de Monsieur Poumaillou, su esposo, creó en 1988 la boutique Maria Luisa, pionera en el concepto multimarca, mucho antes de Colette y otras concept stores que calcaron su estilo. Y así nació la leyenda, la benefactora y hada de grandes hombres-marcas de hoy.

María Luisa fue la que empujó la carrera de Jean Paul Gaultier, seleccionando las piezas que el francés mostraría en sus colecciones. Margiela y Galliano también contaron con ese olfato superdotado, con ese tino estético, con esa puntería que se adelantaba un par de años y podía profetizar lo que sería tendencia. McQueen y Tisci también hicieron retoques a sus creaciones a partir de las prendas que compraba María Luisa. Si ella ni se acercaba a la percha, ese vestido estaba destinado a pasar el resto de sus días en un oscurantista depósito. Su gusto, su criterio, se convirtieron en dogma para los fashion editors de los noventas, traspasando fronteras, idiomas y culturas. En Tokio, por ejemplo, era referente de lujo y buen gusto, y su tienda era imitada sin cortesías.

Dueña de un carácter dominante y erosivo, era bien sabido la poca empatía que tenía con Anna Wintour. Criticaba los “fenómenos”, miraba con desaprobación ese pacto entre la moda y el star system, y huía despavorida de la prensa que quisiera hablar de María Luisa, la persona y no la tienda. Con una estoica presencia hacía que Carla Bruni, hasta en sus días de primera dama del país galo, se rindiera ante su temperamento. Pero también tenía una benevolencia que, aunque selectiva, dejaba ver su lado más mariano: Vendía, a muy bajos precios, los sobrantes de las colecciones pasadas solo entre los alumnos de las escuelas de moda.

En 2009 cerró su boutique homónima, finiquitando ese rincón de peregrinación mundial donde los fieles del buen gusto se paseaban insistentemente. Ese lugar donde los fanáticos de la moda se concentraban y disfrutaban viendo la selección de adelantos de temporada de las grandes firmas, exclusivas que solo tenía la venezolana.

Ese mismo año se convirtió en la curadora oficial de los almacenes Primtemps de la Rive Gauche, eligiendo cada pieza de alta costura que se exhibiera en sus vitrinas, trabajo que realizó hasta los últimos días de sus 64 años de vida, cuando perdió la batalla contra el cáncer.

Hoy, su mayor legado puede traducirse en lo que siempre fue su gran objetivo, comprar lo que realmente quieres comprar y no lo que te venden.

*Texto publicado en la primera print issue de DNA Magazine.

Maria-Luisa

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