Ese día que algún día llegará

No sé por qué, pero la muerte siempre ha estado muy cerca de mí o yo muy cerca de ella. De pequeño me miraba en el espejo y mi cara se desarmaba imitando un ataque al miocardio. Cuando estaba en la playa siempre simulaba que me ahogaba o que un hambriento tiburón blanco se merendaba mis extremidades inferiores. Y nunca hubo un diciembre en el que yo no aprovechara el ruido de algún fuego pirotécnico para lanzarme al suelo y sentirme en Vietnam fingiendo que alguna metralla había agujereado mi pulmón izquierdo.

No sé a ciencia cierta qué es lo que tengo con la muerte. Sé, como todos, que algún día voy a morir. Sé que la simpática e inofensiva nalgada del obstetra fue el principio del fin. Y sobre todo sé que con el transcurrir de los días estoy más y más cerca de ese momento, y mi clarividencia radicalmente más inspirada en el placer que en el deber, no deja de cuestionarse: ¿Cómo será ese día? ¿Quiénes irán a mi entierro? ¿Me enterrarán o me cremarán? ¿Tendré la urna abierta? ¿Me veré como un muñeco acartonadamente maquillado y relleno de algodón? ¿La gente llorará por mí? ¿Alguien sufrirá de risas nerviosas? ¿En el fondo se escuchará Carmina Burana? ¿La gente irá por cumplir o por que realmente quiere despedirse de mí? ¿Aquella inefable persona a quien trato por cortesía asistirá?

Hace tiempo que no pensaba en esto, pero si le ocurrió a Michael Jackson, a Esteban, el hijo de Manuela en Todo sobre mi madre (1999), si le ocurrió a Diana Spencer, a Kurt Cobain y a dos de mis primos, no entiendo por qué no me pueda suceder a mí o a ti. Además creo que ya quedan muy pocos Kennedy’s vivos, y la muerte necesita otras víctimas para llevárselas al más allá.

Lo increíble es que en occidente aunque estemos totalmente conscientes de que algún día cesaremos de respirar para siempre, vemos este hecho tan natural, biológico y hasta poético como algo fatal, como lo peor, como lo más terrible que nos pueda suceder. Es entonces cuando, muy a lo Pavlov, reaccionamos como un hábito aprendido, como comer e ir al baño. Apenas sabemos de la muerte de alguien la sociedad nos dice que tenemos que hablar bajito, llorar un poco y vestirnos de negro porque qué terrible todo. Si, no lo niego, que terrible todo pero no para el difunto porque nadie sabe ahora dónde está. Pretendiendo ser un poco optimista y tratando de zafarme de las cada vez menos rigurosas ceremonias funerarias, me imagino que el difunto la debe estar pasando de lo mejor y que, al igual que la mayoría de nosotros no nos acordamos de cómo era todo antes de nacer, el o ella no debe acordarse de cómo era todo en este mundo, así que no tiene punto de comparación.

Además lo “terrible” se multiplica porque tenemos miedo, miedo de que la profecía disenylándica se cumpla y en vez de que nos coronen con una aureola y bailemos en las nubes al ritmo de una cítara, nos cocinen en un pirex en la quinta paila. Ese miedo no nos deja estar preparados. Todo fuese mucho más fácil si entendiéramos que, al igual que nos hacemos un blanqueamiento dental o le metemos saldo al celular, tenemos que buscarnos dónde caernos muertos, dejar los papeles listos, tener los números de contacto entre otras cosas, para que los que se queden vivos –que sin duda alguna son los que les toca todo lo “terrible”- se dediquen a manejar la pérdida con las lágrimas que el caso merece.

Por mi parte no voy a dejar que un infarto, un voraz tiburón o una bala perdida me sorprenda. Ahora mismo escribiré con puño y letra qué es exactamente lo que quiero para el día de mi muerte. Indicaré con toda severidad dónde y cómo quiero que me velen, cómo quiero que me vistan, y el mensaje de mi Marmolada lápida. Sin duda me gustaría que echaran sus lagrimitas, y que algunos se rasguen las vestiduras, pero pueden estar seguros de que yo, del otro lado, arriba o abajo, llorando no estaré.

Fotografía: Carolina Burbano. Concepto: Valentina Martínez. Vestuario: Paola Palazón. Modelo: Simonne Materán.

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There are 6 comments for this article
  1. Jimena at 11:42 pm

    Mi querididsima Isabel Allende dice que , su hija Paula escribio su testamento siendo muy joven y murio a los 28 de manera tragica.
    Isabel Allende decia.. "Por que hablabas de la muerte hija? Que premoniciones tenias?"

  2. Anonymous at 5:18 am

    La muerte es un tema del que debería hablar con más frecuencia, sobre todo si vives en un país donde la vida vale poco y matan a cientos de venezolanos cada fin de semana.

  3. Claudia Hernandez at 2:52 pm

    Aunque parezca tratar de trivializar, en verdad, la muerte es un tema como cualquier otro… igual que el sexo, el alcohol, el control de la natalidad… todo en verdad depende de la perspectiva con la que miremos. Tu bien lo dices, nuestra cultura occidental dice que es algo MALO MALO MALO, por donde lo mires… yo creo que en los últimos años vengo aprendiendo a tomarlo como algo más que sucede. Tal vez pensar que el que se va, entra a una dimensión diferente donde nada negativo existe, hasta que vuelve a decidir volver y por qué? porque la ausencia de todo lo negativo y de todo contraste, debe ser también muy muy aburrida y volver a esta gran escuela es reencontrar la diversión. Claro, eso lo digo porque a mi no se me ha muerto mi mamá. Lo que sí es que cuando yo me muera, que hagan lo que quieran con el cuero, no gasten plata y mejor ni lloren, que alguien se entere porque nunca más se actualizó mi perfil de facebook.

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