
¡Feliz día de la exageración!
Una característica que denota a mi generación y a las que le siguen, según yo, es que somos exagerados, exageradísimos. Usamos y abusamos de la hipérbole como un antídoto que muchas veces cura, muy efímeramente, nuestro insuficiente lenguaje para explicar, como debe ser, las emociones que nos despiertan ciertos eventos, sucesos y objetos, llevándolos, en retrospectiva, a convertirlos en una anécdota más bien simplona.
Aunque vivamos sumergidos en un mundo con una anchi-larga escala de grises, los extremos pululan en nuestra conversaciones. La fealdad más monstruosa y la belleza sublime, la nada más anoréxica y la totalidad más obesa, lo peor y lo mejor trascienden toda justa medida. La palabra “odio” se encarga de transmitir cualquier desafecto por más llano que sea, mientras que “amor” cualquier cosa que nos guste, agrade o nos pique el ojo, desterrando al “querer” y al “gustar” al desuso y al más terrible de los olvidos.
Las palabras ya no significan lo mismo. Los conceptos se han erosionado, no conservan su carga semántica. Y a cada instante le hacemos faltas al idioma gracias a nuestros frenéticos exageramientos (si, exageramientos y no exageraciones).
Sospecho que ahí, justo ahí radica el éxito de ciertos cíclopes del marketing que apuntan a la clase media abreviando en infalibles fórmulas las expresiones humanas. Como me has escuchado decir que amo un cenicero, que amo una canción, que amo como suena el carro de mi vecino cuando está entrando al estacionamiento, que amo una hora del día y que le declaro #amor a todos mis followers, no puedo expresar que te amo con la misma palabra, o por lo menos no solamente con eso. Requiero de diferentes artilugios, comprados, facturados y pagados para poder darle real significado a esa palabra. Por ello un día que ya casi es, quieras o no, hasta fecha patria ¡Feliz día de San Valentín!
Fotografía de Katarzyna Parejko