
Jaden Smith, el dogma del futuro.
Probablemente Jaden Smith esté jugando con nuestras mentes. Puede que el joven actor y rapero, que recién cumplió 18 años, tenga como propósito reír hasta llorar mientras hace Facetime con sus amigos contándoles lo que respondió en una entrevista de GQ, o leyendo las conclusiones a las que llegó el New York Times después de su conversación sobre Galileo, la postmodernidad y la predicción de un no futuro. Pero también, más probable aún, es que el hijo de Will Smith esté hablando en serio y, en vez de jugar PlayStation, quiera cambiar al mundo.
Jaden nació cuando el otrora príncipe de Bel Air conquistaba las radios y las carteleras musicales con blockbusters veraniegos y líricas pegadizas remixeadas. Llegó de segundo, siendo el hijo sándwich, sorteaado todo lo que la ciencia había propuesto para los “hijos del medio”, esos que supuestamente nacen con poca autoestima en los bolsillos, con la brújula perdida, buscando mantenerse a flote entre crecer como el mayor o mantenerse indefenso como el menor.
“A mis tres hijos les he dado el mismo amor y la misma libertad”, respondió el año pasado Will Smith a un periodista desesperado por un gran titular. “Sobre todo libertad”, insistió. Y al parecer, ahí está el key ingredient.
Tenía solo seis años cuando prefería ponerse zapatos distintos en cada pie porque, “¿para qué ponerme los mismos si tengo tantos?”. Elegía pintar las paredes antes que los juguetes, despertaba a su familia de madrugada escuchando música a un volumen importante –a veces Beethoven, a veces Fall Out Boy- y, semanas antes de cumplir años, le pidió a su papá, como regalo, dejarlo actuar en una película. El regalo llegó y así comenzó a inquietar a Hollywood en The Pursuit of Happiness.
Desde esa primera marquesina ha pasado mucho. Jaden ha crecido en Los Ángeles, una ciudad hartada de fotógrafos que lo persiguen y que, en vez de escapar como las Olsen a confines TMZless, prefiere experimentar y usarlo para su propio beneficio o, como el mismo se atreve a decir con mueca megalómana, para la mejoría de las generaciones futuras.
La fama es su gran laboratorio y nosotros somos objetos de su estudio. “Willow (su hermana) y yo somos científicos, así que para nosotros todo es una prueba científica sobre la humanidad. Por suerte estamos en una posición en la que podemos afectar a grandes grupos de seres humanos a la vez”, dijo en octubre de 2015 en una entrevista para Vanity Fair, mientras millones de post adolescentes ensayaban su duckface con la cámara frontal de sus smartphones.
Christiain Grey, como se llama en Instagram, comienza todas las palabras con mayúscula, va vestido con ropa de mujer mientras hace acrobacias con su patineta por Wilshire Boulevard, viste capa y antifaz para la fiesta de graduación de una amiga, y usa sortijas Cartier valoradas en más de dos mil dólares para adornar sus dreadlocks.
Los últimos dos años Jaden ha sido noticia constante. Los medios hacen fiesta subrayándolo como la rara avis del momento, esa plaza que Lady Gaga dejó libre cuando su propia extravagancia la devoró y Björk se volviera aún más satelital de lo que era. Cada uno de sus movimiento es monitoreado con expectación y las frases que tuitea pelean centimetraje con indicadores macroeconómicos y conflictos trasatlánticos.
Su discurso estético, intencionalmente equívoco, ha seducido hasta a los más entendidos. Aunque muchos aseguran que le sobran ideas y le falta verdad, Smith se ha ganado algunos seguidores de peso, como Nicolas Ghesquière, director creativo de Louis Vuitton, quien lo reclutó a principios de este año para que protagonizara la campaña de la nueva colección de ropa para mujer de la maison, catapultándolo como símbolo redentor del gender fluid, esa bandera millennial que promueve el uso de indumentaria sin importar el género para el que fueron diseñadas, momento que aprovechó Jaden para autopontificarse: “No es ropa de mujer, es solo ropa. Así yo lo veo ahora y, en unos años, lo verá todo el mundo”.
“¿A quién se le ocurrieron todas estas reglas? ¿Quién fue el responsable de decir que tengas que vestir una cosa porque eres un chico y otra porque eres una chica?”, parafrasea su rebeldía en contra de quien le inquiere su nuevo performance. “Yo soy tan inteligente como ellos y no estoy de acuerdo con todos esos cánones que se establecieron antes de que yo siquiera existiera. Solemos creer que estas normas son irrompibles, pero tú eres quien tienes que decidir tu propio camino y cambiar esas reglas”, añade en su declaración a la revista Details.
La apatía juvenil a la que el mundo estaba acostumbrado desde hace unas cuantas décadas da síntomas de estar terminándose, y Jaden es prueba de ello. Aunque la sabiduría popular, la más ortodoxa, la que se acomoda sobre la incomprensión adulta, asevera que la adolescencia es una enfermedad que se cura con el tiempo, Jaden parece sentirse cómodo –en su personaje o no personaje-. Poco a poco ha ido cambiando paradigmas y, si tiene las agallas de hacerlo a tan corta edad, esperemos que siga gestionando su privilegiada posición para barrer estereotipos y romper dogmas, y que todo no haya sido golpes de la pubertad.