La jardinería facial: Moda y dogma

La jardinería facial: Moda y dogma

La jardinería facial: Moda y dogma“Cuando alguien en el futuro escriba una novela ambientada en los albores del siglo XXI, el retrato mayoritario que se haga de sus habitantes masculinos incluirá pelos en sus caras”, asegura la revista Esquire, publicación sabionda en temas estilísticos vernáculos. Y no hay nada más cierto que eso. Las barbas están de moda.

Para preocupación de los gerentes de mercadeo de la Gillette, y demás productos de su categoría, existen no pocas razones que nos hacen pensar que esta tendencia es un avión que apenas acaba de alzar vuelo para hacer un viaje trasatlántico.

La prensa de la buena salud siempre ha hecho votos a favor de la botánica facial. Las estadísticas apuntan a que los hombres con barbas tienen 95% menos probabilidades de sufrir cáncer de piel al solo exponer una tercera parte de su rostro a los rayos ultravioletas. Esto como aperitivo de la lógica cosmetológicas que asevera que los que usan barba y bigote retardan el envejecimiento facial. Desde otro confín de la medicina se certifica que los hombres con suficiente vello en la cara toleran con mayor facilidad los embates del polen, ácaros y demás partículas que devienen en fuertes alergias y hasta asma… Por algo la naturaleza nos la puso ahí.

Pero además de las razones vinculadas a la salud, y lo doloroso y molesto que puede resultar la migración forzada de cada folículo piloso desde la cara hasta el desagüe del baño, existen otros motivos de tipo social que atornillan las barbas unos años más.

Durante la mayor parte del siglo XX la barba fue satanizada. Su uso estaba limitado a revolucionarios, a políticos con mala prensa y a jóvenes “revoltosos” con ideas de izquierda. Las caras lisas y lampiñas fueron sinónimo de belleza, elegancia, atletismo y perfección, conceptos asociados casi siempre con el progreso y crecimiento. Poderosas empresas como General Electric preferían contratar a hombres rasurados, sin ninguna raciocinio de peso, esquema que copiaron otras compañías de menor rango, logrando que la totalidad –o una gran mayoría- del hombre promedio luciera como el más rabioso fanático de cualquier producto de la gama depilatoria.

Es ahí justo donde está el punto de quiebre. Las nuevas generaciones, al igual que las anteriores -pero con más premura-, tienen la necesidad de diferenciarse de padres, tíos y abuelos, siempre con el semblante podado, convirtiendo el rostro moderno en un catálogo de diseños capilares. En las redes sociales se puede ver la tendencia en claro aumento. Por ejemplo, en Facebook existe una decena de grupos que aglutinan a hinchas de las barbas. Not so ordinary guy reúne, hasta la fecha, a casi 20 mil fans, mientras que en Tumblr y en Pinterest pululan los retratos de hombres con pobladas barbas, y las fotos de @Rickifuckinhall en Instagram reciben miles de likes.

Esquire también explica que responde a una corriente estética que venía creciendo y que logró explotar cuando el movimiento de los “indignados”, primero en Madrid y luego en Wall Street, consiguió reconocimiento por parte de los intelectuales y los medios masivos, lo que también relaciona las caras no afeitadas con épocas de crisis económica mundial.

El vello facial, como símbolo de rebeldía o masculinidad, permanecerá unos años más bajo el spotlight hasta que la vanguardia comience de nuevo a deslizar la cuchilla sobre el rostro como bandera de domesticación, y muchos otros la afeiten solo por el simple placer de verla crecer nuevamente.

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