Los imberbes no están de moda

Uno de los síntomas que más esperé de la pubertad fue el florecimiento de la barba y el bigote. A los catorce años me apoderé con esmero de una prestobarba de mi padre y barrí de arriba a abajo y de abajo hacia arriba mi lampiño cuello y mi desértico bozo. Entendía que si me afeitaba con cotidiana regularidad pronto mi rostro iba a ser invadido por vellos que le añadirían adultez a mi pueril estampa, característica muy buscada en esa época donde la inconformidad de mi temprana adolescencia no tenía la capacidad de visualizar a futuro lo fastidioso, tedioso y quita tiempo que es la lucha que tres veces a la semana mantenía con los impertinentes e indisciplinados pelos que se empecinan en salir en los lugares más antiestratégicos de mi rostro.

Desde hace poco más de un año, casi dos de hecho, me he olvidado de lo que significa abrir mis poros con agua caliente y someterme a este ritual medio cavernícola que irrita mi piel y me hace ver como un niño de dieciséis años. Por lo menos por temporadas de mínimo cuatro meses cuando dejo de sufrir la experiencia non grata que significa el éxodo obligado de cada folículo piloso indeseado hasta el desagüe del lavamanos.

Algunas personas se han declarado en franca campaña para que me afeite. Desde hace algunos meses acusan a mi barba de hacerme comer años, enumerándome un sinfín de supuestos beneficios físicos que me traería el hecho de eliminar completamente los vellos de mi cara. Yo, ya cansado de explicar los motivos reales que me mueven a no padecer la ceremonia más insigne del sufrimiento portátil, ahora me escondo detrás de una tendencia, no tan nueva, pero muy vigente: las barbas están de moda. Y si no, que miren algunos de los famosos que más allá de sus “tuxedos”, pasearon sus barbas sobre la alfombra roja de la más reciente entrega de los Oscars. Lo más ilógico de todo es que ahora parecen aceptarla sin reparos, solo por este hecho que no pertenece a ninguno de mis principales motivos, convirtiéndola así, para mi, en una moda con servicio social.


Keanu Reeves, barba de Jesucristo como grito imperativo: ¡Necesito una carrera!

Tom Ford y los diseñadores no llevan barbas, los cineastas si.

Jake Gyllenhaal y los fines de semana vampiros y nada lampiños.

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There are 4 comments for this article
  1. Anonymous at 8:16 pm

    Esto se llama cómo hablar de cualquier vaina y hacerlo lucir trascendental y muy importante.
    De eso se trata la vida, no?

    LOL

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