No soy tan marginal como creí que era
En este mundo tan bizarro donde las ganas de no comer y el hambre viven agarrados de la mano y donde la evolución “natural” del hombre va en sentido contrario al desarrollo físico de su cuerpo; los códigos estéticos van de saltimbanquis entre etiquetas impuestas por mentes siniestras y otras más espontáneas que se suscitan como consecuencia usual de momentos históricos y, últimamente, del cambio climático.
Con esto me refiero a que aunque cada vez más esté generalizada la idea de que cada quien es súper libre y puede ir como le venga en gana y hacer y pensar lo que quiere, está pasando exactamente lo contrario. Sin ánimos de sonar como un bolchevique reencauchado del tercer mundo, reprimido y despiadado, debo admitir que todos los días me enfilo en un inmenso rebaño de borregos dominado por tan sólo uno de los largos y poderosos tentáculos de un gran consorcio manejado por una sola persona que cada vez más se enriquece y nada en su piscina de euros.
Esto lo pensé cuando hoy en la mañana me miré al espejo -espejo cuerpo entero- y ví que estaba vestido idénticamente a los de los avisos de revistas, a los protagonistas de series juveniles extranjeras, a los que salen en comerciales vendiéndome gaseosas, galletas y conciertos (gaseosas que tomo, galletas que mastico y conciertos a los que voy) Entonces entendí que todo yo era una gran mentira -por lo menos para mi-. Que toda la idea que tenía acerca de mi mismo era una patraña del tamaño del Obelisco de la 9 de julio, que yo era una reproducción más, una fotocopia a color HD, una cosa que me daría vergüenza explicar en persona y que por eso lo escribo en estas líneas.
No tengo antídoto. Estoy picado por una serpiente tan venenosa que me hace ser parte del montón, de ese montón del que me imaginé que estaba a kilómetros, de ese conglomerado del que siempre he renegado –y que indudablemente seguiré renegando-.
No tengo excusas ni elección. Pensé que era un marginal, que estaba al margen de ellos, que era parte o estaba cerca de la periferia, pero no. Sé que la periferia se ha vuelto centro y el centro es ya casi imposible de categorizar, pero ser centro y pensar que eres periferia es de una bajeza impresentable.
Lamentable lo que me está sucediendo.
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Afortunadamente tu cerebro aún no lo han podido uniformar. Todavía puedes verte, reconocerte y criticarte.. en fin, me encantó este post…:)
te extraño.